Ficción: mini capítulos de la novela “Bilbao”

Ficción: mini capítulos de la novela "Bilbao" 1

Lo que viene a continuación son dos mini capítulos de la novela que prepara nuestro zancudo invitado estable Cristóbal Carrasco. “La novela no tiene nombre aún, pero si estuviera obligado, quizás la llamaría Bilbao”.

Del 13 de agosto de 2007

Mi papá me pasa a buscar todas las tardes. Cada día me llama por celular y me dice “estoy llegando” y justo ahí me levanto del suelo, agarro la mochila, me despido de mis compañeros que esperan a sus otros padres y camino por Arturo Prat hasta la calle del mall chino. Allá siempre está tocando la bocina, porque se pone nervioso del taco que se empieza a armar.

(Este artículo –y mucho más– está en la Edición Especial Aniversario Zancada #7: Popular, que puedes ver aquí o descargar en los siguientes links: en PDF o en .zip).

Cuando ya estoy sentado, lo saludo y cambio la radio. Esta tarde no lo hice. En la Cooperativa seguían el trayecto de Marcelo Bielsa del Aeropuerto hacia Juan Pinto Durán. Mi papá comienza a preguntarse en voz alta cómo lo van a hacer, qué ruta van a tomar. En Macul, dice la Cooperativa, ya lo esperan los canales de televisión, las radios, y los diarios. Ahora el periodista cuenta que hay mucha expectación, porque esa es la palabra que ocupan siempre. O expectativa, que parece que es la misma palabra, pero no.

Casi llegábamos a Maipú cuando Bielsa comenzó hablar desde una sala de conferencia. Habló de Salas, de los jugadores, de por qué vino, de lo que le van a pagar. Le digo a mi papá que suena aburrido, que su voz me molesta. Hubiese preferido que contrataran a Borghi, le había dicho a mi padre unos días atrás, y quizás él me habló de la disciplina, del trabajo duro, de que los argentinos tienen otra mentalidad. Quizás yo le dije que Borghi también es argentino, pero de eso ya no me acuerdo tanto, quizás lo pensé en ese momento nomás. Por mientras, mi papá sigue en silencio por las mismas calles que toma siempre para llegar a la casa. Siempre damos muchas vueltas que yo creo innecesarias. Algún día le diré que mejor siga la ruta de las micros, porque para eso a alguien se le ocurrió hacerlas, pero en ese momento no lo quería molestar, porque estaba concentrado escuchando a Bielsa, hasta que movió su mano derecha sobre la radio y la apagó.

“Me echaron de la pega”, me dijo.

Del 19 de junio de 2008

Hay un instante del partido en que siempre me quedo solo. Será porque Chile va perdiendo por dos o tres goles, o porque tenemos un jugador menos, o porque el árbitro nos odia o porque hay otras cosas mejores que ver en la tele. Entonces se van y la tele sigue aún encendida, y desde las otras piezas se escuchan otros murmullos mucho más felices. Y desde el living siempre termino por oír la voz alejada de mi madre o de mi hermana, que en el momento de la derrota, huyen como si ni les interesara lo que está pasando.

Y hoy estuve solo, de nuevo. En Venezuela está lloviendo y a Chile le habían empatado con un gol tonto. Mi papá no está porque tiene turno de noche y mi mamá debe estar tejiendo, porque eso es lo que hace cuando se pone nerviosa. Quedaban como cuatro minutos para que se terminara el partido, mi madre seguía en la pieza y mi hermana veía Friends porque incluso desde donde estaba sentado se escuchaban las risas grabadas, la voz de los personajes sin problemas de partidos en las eliminatorias. En Santiago también llovía. Acá en la casa siempre oímos ruido de las gotas, pero ahora parece que el viento está tirando el agua hacia otro lado. Entonces quedaron dos minutos para que el partido terminara. Mi madre salió de su pieza y caminó hacia el baño. “¿Ya perdieron?” preguntó, pero no le respondí, porque cerró tan rápido la puerta que no pude ni decirle que estábamos a dos. Así me quedé por dos minutos, mirando la puerta y el televisor, la puerta y el televisor para gritarle “¡empate!”, pero después se me olvidó, de seguro que fue en el minuto noventa.

Entonces, la televisión: en el mediocampo la tenía Gary y se la dio a Alexis, que corría por la banda derecha. Sánchez miró hacia la izquierda y le dio un pase corto a Suazo y luego corrió hacia dentro del área. Al lado de Suazo habían dos defensas, pero no pasó ningún segundo, ninguno, porque Suazo la tomó y disparó hacia la derecha del arquero. La pelota entró al arco a los 21 segundos del minuto 91, y yo grité “gol”, y mi hermana gritó “gol”, y mi madre gritó “gol”, cada uno en su pieza. Subí el volumen de la tele y abrí la puerta. Allí estaba el perro, que se asustó cuando empecé a golpear la reja y a gritar gol de chile, gol de chile, gol de chile. Se supone que cuando metemos un gol nos abrazamos, pero no fui a ninguna pieza a mostrar ninguna sonrisa ni a abrazar a nadie. Tampoco llamé a mi padre, porque su turno de noche es en un subterráneo y no llega la señal del celular, así que para qué, quizás ni siquiera se acordó que hoy había partido.

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