Bordar: más que un arte, una forma colectiva de expresión política

Bordar es mucho más que un pretexto para enchular la ropa. Bordar es, y ha sido, un medio de expresión muy importante para las mujeres a nivel mundial y, especialmente, para las familiares de detenidos desaparecidos durante la dictadura en Chile...

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por Cata Navarro P. (@amar_la_trama), arpilleras: Fondo Fundación Solidaridad, colección Museo de la Memoria y los Derechos Humanos

Este 2017 llegó, entre otras cosas, con un boom del bordado. Todas las tiendas de ropa tienen sus vitrinas y anaqueles llenas de ropa, carteras e incluso zapatos bordados. Es impresionante como este oficio -que se realiza en tantos rincones del mundo con características singulares según su origen- invade las calles y los grandes almacenes. Pero el bordado es mucho más que una técnica para embellecer o ponerle onda a nuestro modo de vestir.

El bordado es un oficio milenario que ha reunido mujeres a lo largo de la historia. Bordar, según la Real Academia de la Lengua Española, es la “labor de relieve ejecutada en tela o piel con aguja y diversas clases de hilo”. Con el pretexto de realizar esta labor, las mujeres se han unido por cientos de años no sólo a hilar o tejer telas sino que a crear potentes historias colectivas, políticas y amistades, muchas veces hermandades más allá de los lazos sanguíneos.

En el Chile del siglo pasado, bordar estaba asociado a la oportunidad que tenían las mujeres de juntarse a hablar de cosas sin importancia mientras trabajaban en ajuares, manteles, servilletas o cualquier otra pieza que pudiera reflejar que las manos de la mujer creadora eran las manos de mujer de familia, preparada para el matrimonio y la crianza. En las escuelas o colegios enseñaban a las niñas a bordar, mientras los hombres –por supuesto- hacían cosas ligadas a la carpintería o la electricidad. Con la modernidad y los primeros avances en la igualdad de género, el bordado pasó a ser monopolio de las abuelitas. Hoy, casi no se enseña en las escuelas y lo más fácil y rápido para tener una prenda bordada es pedirla online o comprar una de las fabricadas en serie, en alguna tienda.

Pero bordar, tejer o hilar es mucho más que un pretexto para pasar un rato entre mujeres o enchular el polerón o la chaqueta preferida. Bordar es, y ha sido, un medio de expresión muy importante para las mujeres a nivel mundial y, especialmente, para las cientos de mujeres familiares de detenidos desaparecidos durante la dictadura en Chile.

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Las bordadoras chilenas de los 70 y 80, conocidas como arpilleristas, surgieron casi espontáneamente y se convirtieron en protagonistas fundamentales en la difusión de lo que realmente pasaba en el país. Poco después del Golpe de Estado de septiembre de 1973, las esposas, madres, hijas y hermanas de detenidos desaparecidos y prisioneros políticos comenzaron a frecuentar el Comité Pro-Paz, con el objeto de encontrar respuestas, identificar opciones de caminos a seguir para encontrar o ayudar a sus familiares y, también, para compartir con otras personas que estaban en sus mismas circunstancias.

Los voluntarios y trabajadores del Comité querían apoyar de alguna manera a estas mujeres para sacarlas de su angustia. Así fue como se les ocurrió que comenzaran a traer retazos de telas para trabajar con la artista y voluntaria Valentina Bone en algo que las distrajera, que sirviera como terapia. Comenzaron utilizando los sacos de harina que Caritas Internacional mandaba a Chile, para bordar con hilos y los retazos de tela, árboles, flores, paisajes… Hasta que una de ellas se encontró con un resto de tela negra y bordó al verdugo de su hijo, atacándolo. Fue un quiebre, un punto de no retorno para todas las mujeres que ya formaban un grupo fuerte y muy unido.

Desde ese momento, no hubo más paisajes sin sentido, sin historia. Las arpilleras buscaban mostrar su realidad, lo que ellas, sus familias, su país vivían. Algunas retrataban las circunstancias en las que imaginaba estaban sus parientes, otras bordaban escenas que les relataban en cartas o en recados que les hacían llegar, otras se representaban abrazando a su familiar desaparecido o preso.

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Comenzaron juntándose en el Comité, luego se organizaron por comunas, barrios o poblaciones. Sus obras comenzaron a ser algo complicado para el régimen. Hubo más de alguna nota de prensa sobre este “arte subversivo” en los medios escritos de la época. No podían mostrarlas públicamente pues graficaban las peores crueldades de la Dictadura: los centros de detención, las acciones de la CNI, el exilio, el sufrimiento de mujeres e hijos que esperan a sus maridos y padres, la pobreza profunda en que habían caído, las rondas que hacían para alegrar a los niños, las ollas comunes.

Llegaron a ser más de mil arpilleristas las que pasaban varias horas al día bordando, relatando a través de sus manos su día a día. Nada más, ni nada menos. Al poco andar, su trabajo comenzó a ser conocido a nivel internacional. Casi no había fotos de lo que realmente pasaba en Chile, era difícil que la prensa de oposición pudiera publicar relatos tan gráficos y de la cotidianeidad de los barrios y poblaciones de todo Chile, por lo que estos bordados se convirtieron en las imágenes de Chile y fueron valoradas como obras de arte.

Las arpilleristas no pudieron creer cuando desde el extranjero comenzaron a pedirles sus obras. No entendían que sus problemas, las cosas “feas” que relataban en ellas fueran consideradas arte y, menos, que alguien quisiera comprarlas. Tuvieron además, que acostumbrarse a la idea de deshacerse de ellas. No era fácil, pues eran reflejo de un doloroso momento histórico y familiar y, al mismo tiempo, de la gran amistad, hermandad que ya tenían entre las bordadoras. Pero, mal que mal, fue una ayuda económica fundamental para la mayoría, si no todas ellas.

La infinitamente valiosa obra de las arpilleristas no terminó con la Dictadura. Hasta el día de hoy podemos ver que sus obras, con un tono más esperanzador, siguen reflejando los problemas cotidianos de su entorno. Actualmente los bordados reflejan la vida de los pescadores, las temporeras, los obreros, muestran también las fiestas y tradiciones de los distintos lugares de Chile, pero sin dejar de lado nunca la pobreza, los derechos de las mujeres, la violencia intrafamiliar, entre otras deudas de nuestra sociedad.

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El trabajo de las arpilleristas en Chile sigue siendo un referente para las mujeres bordadoras de Latinoamérica. Un ejemplo de ello, es el trabajo que actualmente realizan tejedoras de Colombia y México. En Colombia, en la zona de Sonsón-Antioquia, surgió en 2009 “El costurero de tejedoras por la memoria de Sonsón”, colectivo conformado por mujeres sobrevivientes del conflicto armado, quienes a través de sus obras se atrevieron a denunciar las injusticias e historias de violencia que han vivido. Este grupo de colombianas tiene como objeto hacer del bordado también un acto de sanación para las víctimas. La idea es ir exorcizando los dolores y miedos y así poder avanzar con esperanza. Suelen sentarse en plazas o espacios públicos a bordar en grupo y luego dejar, en aquellos lugares comunes, sus obras.

En México, colectivos de mujeres, principalmente indígenas, aprovechan el bordado como una forma de denuncia. Es la forma de revelar casos de violencia política, violencia de género y algunos más conocidos incluso, como el de los 43 de Ayotzinapa. Según la antropóloga de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México, Mariana Rivera, “las indígenas se dieron cuenta de que al reunirse a tejer adquirían todo el potencial para contar historias difíciles que no era sencillo contar individualmente, y se ponían a crear y a sanar estas heridas en colectivo”.

En otro lado del mundo donde están ocurriendo las peores atrocidades que conlleva la guerra, refugiadas Sirias también se han organizado para bordar y así ayudar, y ayudarse. Ochenta mujeres refugiadas en el Líbano bordan muñecas que simbolizan la historia de alguna persona siria, y que llevan su nombre. Recopilan historias gracias a algún pariente que continúa en Siria, y las convierten en bocetos que luego bordan en algodón y las venden. El dinero que ganan es enviado directamente a las mujeres y niñxs que las inspiraron. De este modo, a través del bordado, esta organización de mujeres apoya a quienes son víctimas de la guerra y comienzan su propio proceso de sanación y de creación de nuevos lazos.

Los ejemplos de las arpilleristas en Chile, los colectivos mexicanos y colombianos, y las mujeres sirias, nos dan a entender que más allá del momento y el lugar, la organización de las mujeres, la creación de espacios colectivos en que creamos hermandades en torno a una expresión artística como el bordado, no sólo es una experiencia creativa, sino una muy necesaria forma de expresión política y también, una gran herramienta de sanación.

Cortometraje animado de las arpilleras que bordaron las mujeres de Chile en la época de la Dictadura, premiado internacionalmente, dirigido por Vivianne Barry:

Lee esta nota y más en la revista digital Zancada 2017, dedicada a distintas formas de hermandad entre mujeres.

6 Comments

  1. Gracias por este artículo, que destaca la real importancia del bordado en nuestra historia, un instrumento de comunicación y liberación, así como también de sanación, además de que fue y será un arte que genera una profunda hermandad femenina y no una moda como nos quieren hacer creer ahora. A mis amigas con quienes he compartido no sólo puntadas, si no que también un pedacito de mi corazón Macarena Arias Aravena, Cindy Vidal Montt y Natalia Ovalle AgUayo.

  2. Gracias por el post! Las arpilleras son un trabajo hermoso y muy importante en nuestra historia.
    Yo adoro bordar (y las manualidades en gral.), desde principios de año que vengo armando un grupo de bordado… ha costado!!, pero ahi vamos de a poco. La idea es sacar el bordado de su soledad y hacerlo colectivo.

  3. Me parece genial que se difunda esta información considerando el boom del bordado. Se suele asociar esta disciplina solamente a los adornos.
    Al artículo eso sí, le habría cambiado el nombre al texto. Todo arte es político, es esa su diferencia con lo meramente utilitario o decorativo. El arte es arte porque tiene una intensión que mostrar y un problema que exponer, no solo la contingencia es política.

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