por Lola
Hace un par de semanas me iba temprano sentada en el metro aguantando la pena mientras escuchaba “Sunshower” de Chris Cornell, ahí con las lágrimas a punto de explotar y comentando con amigos cómo es que alguien tan talentoso toma una decisión así.
Y si Cornell era el símbolo de mi adolescencia, ayer una de las voces que acompañó mi vida universitaria también tomó la decisión de terminar con su vida.
Resonaba en mi cabeza cada grito descorazonado de tantas canciones de Linkin Park que cantó Chester Bennington, y también cada suave y melódica estrofa. Porque él era capaz de ambas, tenía la fuerza de una voz que te dejaba gritar sus letras, y la suavidad que te conmovía.
No sabemos sus razones, y probablemente nunca sepamos las verdaderas que lo llevaron a quitarse la vida justo el día en que uno de sus grandes amigos habría estado de cumpleaños.
No quiero ser egoísta y pensar en las tantas canciones que ya no podré escuchar en vivo y las que nunca pude, pero me cuesta y me arrepiento de no haber ido a ese concierto hace tan poco acá en Santiago, mi yo veinteañera no me lo perdona.
Se nos están yendo grandes voces y muy rápido, ¿qué está pasando en la música? La depresión y el suicidio vuelven a salir a la palestra como los grandes culpables que nos están quitando a íconos del rock.
Feliz retrocedería el tiempo en que tarareaba “Faint” camino a la U con unas Converse rotas y con un solo audífono bueno en el que igual se escuchaba perfecta tu voz, Chester.
