Diana Vreeland, la primera editora de modas

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por Claudio

En medio de los años 50, cuando las revistas femeninas estaban pobladas de señoras bien y desconocidos fotógrafos que hacían las páginas de moda, aparece la imagen incomparable de Diana Vreeland -la gran editora, la emperatriz- que cambia para siempre este concepto.

Puede sonar banal –la moda siempre lo es un poco- pero hoy cuando las modelos son superestrellas y los fotógrafos editan y firman libros con sus trabajos, no podemos dejar de reconocer el mérito de Vreeland.

Soñadora, envuelta de rojo, su color favorito, se luce dando órdenes y enviando “memos” a su equipo para lograr imágenes perfectas, icónicas. Y ahí están: Dovima entre elefantes, con vestido de Dior y foto de Richard Avedon; Veruschka envuelta en pieles en medio de la nieve en Japón; Marisa Berenson, desnuda, posando su cuerpo en playas caribeñas. Lauren Hutton, con sus dientes separados, siendo parte de un rito iniciático con los monjes budistas.

Primero en las páginas de Harper’s Bazaar y luego en Vogue, Diana tuvo la gracia de descubrir a las bellezas imperfectas, enigmáticas; y con ello, acercar a las mujeres a nuevo estadio de fantasía: Angelica Houston, Cher, Barbra Streisand, Twiggy, China Machado, Lauren Bacall. Mujeres que antes no hubiesen tenido cabida en las páginas de una revista, lucían esplendorosas como modelos.

Para muchos fue una verdadera tirana (la clásica escena del abrigo en “El Diablo se viste a la moda”, donde Meryl Streep le lanza diariamente sus tapados a su secretaria, es la realidad de Vreeland y Ali Mc Graw, la famosa actriz que comenzó siendo su asistente); para otros, una visionaria que transformó el mundo editorial, que levantó a fotógrafos, modelos, artistas y diseñadores (guió a Oscar de la Renta, convenció a Manolo Blanhik de diseñar zapatos), captó antes que nadie la revolución hippie y colocó en páginas gringas a The Beatles y a Mick Jagger (“solo por sus labios”). Idolatraba a Jack Nicholson, se escapaba con Warren Beatty, bailaba al ritmo disco con Andy Warhol.

Cuando el tiempo de enviar orquídeas a Alaska y contratar caballos blancos con largas colas falsas en la Polinesia terminó, Diana fue contratada por el Costume Institute como consejera. En medio del museo, su fantasía se desbordó. Para recaudar fondos organizó un gran baile (que se realiza hasta hoy), puso una larga alfombra roja hasta la calle y llamó a todos sus amigos ricos y famosos. Inauguró con una muestra de Balenciaga y fue un total éxito. Luego vendrían sus exposiciones sobre la Belle Epoque, Hollywood dorado e Yves Saint Laurent, el primer diseñador vivo en ser reconocido por el museo.

Los conservadores y académicos tiritaban cuando Vreeland -sin formación académica, pero con un ojo clínico y apasionada por la moda- recorría las bodegas tocando, seleccionando, sacudiendo vestidos, capas y pelucas. Pero al mismo tiempo se alegraban porque las filas para entrar al museo, como nunca, daban vuelta la cuadra.

Vreeland murió de un ataque al corazón en 1989, casi sin un peso, pero rodeada de toda la fantasía que hoy podemos ver en un documental hecho por su nieta y en varios libros que recogen su trabajo.

Documental:
Lisa Immordino Vreeland: “Diana Vreeland: la mirada educada” /’Diana Vreeland: The Eye Has to Travel’ (2011)
Tráiler

Libros:
Diana Vreeland. Harpers Collins, 2011
Alexander Vreeland. Memos: The Vogue Years Diana Vreeland. Rizzoli, 2013

5 Comments

  1. Gracias Claudio por la nota. Si bien la industria de la moda no es de mis mayores intereses, si me gustó leer un post con algo más que 5 líneas de un pensamiento mal redactado.

    Espero que sigas por acá, porque la verdad es que -da lata decirlo- pero leemos zancada cada vez menos.

    Saludos,

  2. Claudio, en verdad un placer leerte! No sólo por el contenido de tu post, sino porque le acabas de subir el nivel a este blog, que no entiendo por qué, ha estado tan alicaído últimamente en contenidos y redacción.
    Espero volverte a leer y muy pronto. Felicitaciones.

  3. La vida de Diana Vreeland es definitivamente interesante, sin embargo, el texto de aquí no es más que una transcripción del documental. Por lo menos se citó como fuente al final del artículo.

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