Pulp, a film about Life, Death and Supermarkets: el regreso a Sheffield

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por Nader C.

Uno de los grandes motivos de Pulp, a film about Life, Death and Supermarkets, es el del regreso. Partimos escuchando la voz de Jarvis Cocker, hablándole a la multitud: “incluso ahora, que estamos viejos, aún nos ponemos nerviosos” y claro, volver a tocar en tu ciudad natal, tras una tristemente célebre presentación en 1988 en la cual venían a lo grande y habían fallado frente a los amigos, compañeros de colegio y universidad, jefes, familia, gente de la calle que hasta el momento pensaba que eran buenos… no es cosa fácil.

Porque es más fácil dirigirse a una multitud amorfa, cubierta por la niebla del espectáculo bañada en láser verde, que frente a aquellos que te vieron crecer, equivocarte, los mismos que probablemente descubrieron tu escondite secreto en el armario de alguna colegiala precoz.

Ahora el público se queda brevemente en silencio contemplando a Jarvis cambiar una rueda. Le cuesta un poco al principio, pero tras cierto esfuerzo, logra aflojar la primera tuerca. Se arrodilla en el suelo, mira hacia la cámara. El público sonríe.

“¿Cuándo dejas de actuar?”, le pregunta alguien en el documental. Ser consciente de que se actúa, abrazar el exhibicionismo, acentuar los tics y transformarlos en baile. Ese mismo Jarvis que suele amar desenfrenadamente a los amplificadores en This is Hardcore (y los que lo han visto SABEN de lo que hablo), es un tipo que cambia una rueda, anda en bicicleta o bien patea a las palomas para que no les roben la comida que él lanza a los patos, impartiendo su justicia divina y patil. “¿Es una persona común?”, parece ser la pregunta que ronda durante todo el documental. “Tiene mucho potencial para serlo”, contesta Mark Webber, lanzando ese verdadero misil retórico entre alabanzas al sistema de transporte público, mientras Richard Hawley musita algo así como “ese huevón nunca lavaba los platos”, arreglándose el jopo.

“Cuando duermo (dejo de actuar)”, contesta Cocker, y me parece que en su respuesta no suena convencido del todo. Se nota que lo dice para salir del paso, porque tal vez no esté de ánimo para desarrollar tópicos corrientes. Es como hablar de la muerte, tan obvia y tan esquiva. “¿Tienes ganas de envejecer?”, “No es una idea que me fascine demasiado, pero todos vamos para el mismo lado, ¿qué le vamos a hacer, la vida es una carretera en un solo sentido y nos negamos a ver nuestro destino final”. Por eso se piensan cosas como “El arte es la ceniza que queda en tu vida cuando esta arde bien”, vía Cocker con escala en Cohen.

Hace poco comentaba con un amigo el significado de la pérdida a la hora de componer. No estoy seguro de que nos hayamos entendido del todo (pasa en las conversaciones aceleradas, como un Mad Max verbal donde puede pasar de todo), pero me refería a abandonar personas, lugares, objetos o cuando estos te abandonan (hecho relacionado íntimamente con la muerte), entonces –si fueron verdaderamente importantes, para bien o para mal– con el tiempo, irrumpen con su presencia, pero esa presencia parece crecer y estirar sus raíces y conectarse con diversos episodios de tu vida. Entonces todo se ve con otra luz. No creo que se trate de “valorar las cosas”. Si fuese por eso, Jarvis hubiese vuelto a Sheffield (donde adolescentes cuyas manos aún despiden aroma a pescado y lejía, donde te ponen un CD de Pulp para que olvides lo mal que lo pasaste en Londres, etc.) y no fue así… de hecho escapó de allí como de la peste. Pero volvió, ya no como una persona común, claro está, sino como una pequeña estrella, cuyo nombre, bordado en innumerables prendas de ropa interior, resuena en la calle como las botellas quebradas de los borrachos del puerto.

Siendo el foco central de Pulp, a film about Life, Death and Supermarkets, la figura de Cocker se difumina para dar paso a sus colegas de banda, sus percepciones respecto a él y respecto a su propia vida (hasta ver la cinta, no tenía idea de que Candida Doyle había sido diagnosticada con artritis siendo tan joven… fue una de las partes donde el silencio se hizo más pesado en la sala), y también quiosqueros (como ese increíble señor que parecía sacado de El Hobbit), señoras de edad muy animadas y asertivas, algunas viudas, fumando cigarros y confundiendo tíos con padres, sobrinos y primos. A los carniceros les suena el nombre de Jarvis Cocker, a ver si todavía trabaja por ahí, dice uno, mientras otro carga en su hombro derecho la mitad exacta de un cerdo, limpio, sin sangre. La clase obrera en todo su esplendor. La cultura que se les niega la consumen en kilos de carne, porque si vas a estar abajo, créeme que vas a necesitar proteínas para abrirte paso a golpes.

3 Comments

  1. Este documental es un ejemplo del afecto que le tiene una banda a sus fans.
    No hay grandiosidad, excesos, ni conciertos enormes. Están ellos, nosotros y Sheffield.
    Imperdible.

  2. Lo que más me gustó es verlos reales, q es un efecto parecido a lo que causa en Chile Jorge González y Los Prisioneros. Finalmente es gente de barrio que se hizo famosa, pero son de ahí, de la carnicería, las tiendas y las calles. Qué se iban a imaginar que en un país tan lejano hacen fiestas en honor a sus canciones. Cosas locas de la vida y la música.

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